Ministros Ordenados a tu Servicio
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Nuestro Templo
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Nuestra parroquia fue construida por iniciativa del celo apostólico de los Padres Dominicos. El proyecto quedó a cargo del Arq. Arnulfo Cantú y se terminó la obra en abril de 1922. Posteriormente se le agregó la alta torre de la fachada principal, bajo el proyecto del Arq. Carlos Cantú. (1958-1959).
Fachada de estilo neobarroco en obra de cantera y ladrillo flanqueado por dos pares de pilastras corintias. éstas últimas sostienen un entablamento que sirve de base al nicho en que se aloja la escultura del santo titular.
Sobre el nicho, óculo del coro escudo de cantera y el remate mixtillíneo de la fachada.
A la izquierda torre campanario de dos cuerpos de base octogonal, con vanos en arcos de medio punto, capulín revestido de azulejos y remate de cruz.
Interior:
Planta de tres naves rectangulares separada por arcadas. Bóveda de nervaduras, cúpula octogonal, con pechinas de los evangelistas en el crucero.
En los muros laterales, altares con nichos de madera, enmarcados por relieves vegetales dorados. A la entrada sotocoro, coro y espacios destinados a los confesionarios. En el crucero se encuentran dos retablos neoclásicos de madera cada uno de ellos con 4 columnas corintias, entablamiento y frontón rematado por cruz. El retablo derecho aloja el Santísimo en sagrario dorado y, frente al retablo izquierdo está la pila bautismal.
Presbiterio:
Lo preside un retablo neoclásico con la escultura de Cristo crucificado y, a los lados, murales de San Vicente Ferrer. Altar excento; sede y ambón de marmol. ábside cóncavo, cubierto por cuarto de esfera exornado por mural del titular con la Trinidad, la Vírgen, Santo Domingo y ángeles celestiales.
Vitrales policrornos. Destácase principalmente el vitral dedicado a los misterios del rosario de gran intensidad luminosa y armonía de colores. Autor: Víctor Francisco Marco, 1937.
"La Vírgen de Guadalupe" óleo sobre tela de G. Carrasco 1923 en la nave lateral. "Cristo crucificado" Delicada escultura de madera de pequeña dimensión y grán expresividad plástica. En el retablo izquierdo "La Virgen del Rosario", El Sagrado Corazón de Jesús" y "San José".
Biografía de
San Vicente Ferrer
5 de Abril San Vicente Ferrer, predicador. (año 1419). Nació en 1350 en Valencia, España. Sus padres le inculcaron desde muy pequeñito una fervorosa devoción hacia Jesucristo y a la Virgen MarÃa y un gran amor por los pobres. Lo encargaron de repartir las cuantiosas limosnas que la familia acostumbraba a dar. Asà lo fueron haciendo amar el dar ayudas a los necesitados. Lo enseñaron a hacer una mortificación cada viernes en recuerdo de la Pasión de Cristo, y cada sábado en honor de la Virgen SantÃsima. Estas costumbres las ejercitó durante toda su vida. Se hizo religioso en la Comunidad de Padres Dominicos y, por su gran inteligencia, a los 21 años ya era profesor de filosofÃa en la universidad. Durante su juventud el demonio lo asaltó con violentas tentaciones y, además, como era extraordinariamente bien parecido, varias mujeres de dudosa conducta se enamoraron de él y como no les hizo caso a sus zalamerÃas, le inventaron terribles calumnias contra su buena fama. Todo esto lo fue haciendo fuerte para soportar las pruebas que le iban a llegar después. Siendo un simple diácono lo mandaron a predicar a Barcelona. La ciudad estaba pasando por un perÃodo de hambre y los barcos portadores de alimentos no llegaban. Entonces Vicente en un sermón anunció una tarde que esa misma noche llegarÃan los barcos con los alimentos tan deseados. Al volver a su convento, el superior lo regañó por dedicarse a hacer profecÃas de cosas que él no podÃa estar seguro de que iban a suceder. Pero esa noche llegaron los barcos, y al dÃa siguiente el pueblo se dirigió hacia el convento a aclamar a Vicente, el predicador. Los superiores tuvieron que trasladarlo a otra ciudad para evitar desórdenes. Vicente estaba muy angustiado porque la Iglesia Católica estaba dividida entre dos Papas y habÃa muchÃsima desunión. De tanto afán se enfermó y estuvo a punto de morir. Pero una noche se le apareció Nuestro Señor Jesucristo, acompañado de San Francisco y Santo Domingo de Guzmán y le dio la orden de dedicarse a predicar por ciudades, pueblos, campos y paÃses. Y Vicente recuperó inmediatamente la salud En adelante por 30 años, Vicente recorre el norte de España, y el sur de Francia, el norte de Italia, y el paÃs de Suiza, predicando incansablemente, con enormes frutos espirituales. Los primeros convertidos fueron judÃos y moros. Dicen que convirtió más de 10,000 judÃos y otros tantos musulmanes o moros en España. Y esto es admirable porque no hay gente más difÃcil de convertirse al catolicismo que un judÃo o un musulmán. Las multitudes se apiñaban para escucharle, donde quiera que él llegaba. TenÃa que predicar en campos abiertos porque las gentes no cabÃan en los templos. Su voz sonora, poderosa y llena de agradables matices y modulaciones y su pronunciación sumamente cuidadosa, permitÃan oÃrle y entenderle a más de una cuadra de distancia. Sus sermones duraban casi siempre más de dos horas (un sermón suyo de las Siete Palabras en un Viernes Santo duró seis horas), pero los oyentes no se cansaban ni se aburrÃan porque sabÃa hablar con tal emoción y de temas tan propios para esas gentes, y con frases tan propias de la S. Biblia, que a cada uno le parecÃa que el sermón habÃa sido compuesto para él mismo en persona. Antes de predicar duraba cinco o más horas rezando para pedir a Dios la eficacia de la palabra, y conseguir que sus oyentes se transformaran al oÃrle. DormÃa en el puro suelo, ayunaba frecuentemente y se trasladaba a pie de una ciudad a otra (los últimos años se enfermó de una pierna y se trasladaba cabalgando en un burrito). En aquel tiempo habÃa predicadores que lo que buscaban era agradar a los oÃdos y componÃan sermones rimbombantes que no convertÃan a nadie. En cambio a San Vicente lo que le interesaba no era lucirse sino convertir a los pecadores. Y su predicación conmovÃa hasta a los más frÃos e indiferentes. Su poderosa voz llegaba hasta lo más profundo del alma. En pleno sermón se oÃan gritos de pecadores pidiendo perdón a Dios, y a cada rato caÃan personas desmayadas de tanta emoción. gentes que siempre habÃan odiado, hacÃan las paces y se abrazaban. Pecadores endurecidos en sus vicios pedÃan confesores. El santo tenÃa que llevar consigo una gran cantidad de sacerdotes para que confesaran a los penitentes arrepentidos. Hasta 15,000 personas se reunÃan en los campos abiertos, para oÃrle. Después de sus predicaciones lo seguÃan dos grandes procesiones: una de hombres convertidos, rezando y llorando, alrededor de una imagen de Cristo Crucificado; y otra de mujeres alabando a Dios, alrededor de una imagen de la SantÃsima Virgen. Estos dos grupos lo acompañaban hasta el próximo pueblo a donde el santo iba a predicar, y allà le ayudaban a organizar aquella misión y con su buen ejemplo conmovÃan a los demás. Como la gente se lanzaba hacia él para tocarlo y quitarle pedacitos de su hábito para llevarlos como reliquias, tenÃa que pasar por entre las multitudes, rodeado de un grupo de hombres encerrándolo y protegiéndolo entre maderos y tablas. El santo pasaba saludando a todos con su sonrisa franca y su mirada penetrante que llegaba hasta el alma. Las gentes se quedaban admiradas al ver que después de sus predicaciones se disminuÃan enormemente las borracheras y la costumbre de hablar cosas malas, y las mujeres dejaban ciertas modas escandalosas o adornos que demostraban demasiada vanidad y gusto de aparecer. Y hay un dato curioso: siendo tan fuerte su modo de predicar y atacando tan duramente al pecado y al vicio, sin embargo las muchedumbres le escuchaban con gusto porque notaban el gran provecho que obtenÃan al oÃrle sus sermones. Vicente fustigaba sin miedo las malas costumbres, que son la causa de tantos males. Invitaba incesantemente a recibir los santos sacramentos de la confesión y de la comunión. Hablaba de la sublimidad de la Santa Misa. InsistÃa en la grave obligación de cumplir el mandamiento de Santificar las fiestas. InsistÃa en la gravedad del pecado, en la proximidad de la muerte, en la severidad del Juicio de Dios, y del cielo y del infierno que nos esperan. Y lo hacÃa con tanta emoción que frecuentemente tenÃa que suspender por varios minutos su sermón porque el griterÃo del pueblo pidiendo perdón a Dios, era inmenso. Pero el tema en que más insistÃa este santo predicador era el Juicio de Dios que espera a todo pecador. La gente lo llamaba "El ángel del Apocalipsis", porque continuamente recordaba a las gentes lo que el libro del Apocalipsis enseña acerca del Juicio Final que nos espera a todos. El repetÃa sin cansarse aquel aviso de Jesús: "He aquà que vengo, y traigo conmigo mi salario. Y le daré a cada uno según hayan sido sus obras" (Apocalipsis 22,12). Hasta los más empecatados y alejados de la religión se conmovÃan al oÃrle anunciar el Juicio Final, donde "Los que han hecho el bien, irán a la gloria eterna y los que se decidieron a hacer el mal, irán a la eterna condenación" (San Juan 5, 29). Los milagros acompañaron a San Vicente en toda su predicación. Y uno de ellos era el hacerse entender en otros idiomas, siendo que él solamente hablaba el español y el latÃn. Y sucedÃa frecuentemente que las gentes de otros paÃses le entendÃan perfectamente como si les estuviera hablando en su propio idioma. Era como la repetición del milagro que sucedió en Jerusalén el dÃa de Pentecostés, cuando al llegar el EspÃritu Santo en forma de lenguas de fuego, las gentes de 18 paÃses escuchaban a los apóstoles cada uno en su propio idioma, siendo que ellos solamente les hablaban en el idioma de Israel. San Vicente se mantuvo humilde a pesar de la enorme fama y de la gran popularidad que le acompañaban, y de las muchas alabanzas que le daban en todas partes. DecÃa que su vida no habÃa sido sino una cadena interminable de pecados. RepetÃa: "Mi cuerpo y mi alma no son sino una pura llaga de pecados. Todo en mà tiene la fetidez de mis culpas". Asà son los santos. Grandes ante la gente de la tierra pero se sienten muy pequeñitos ante la presencia de Dios que todo lo sabe. Los últimos años, ya lleno de enfermedades, lo tenÃan que ayudar a subir al sitio donde iba a predicar. Pero apenas empezaba la predicación se transformaba, se le olvidaban sus enfermedades y predicaba con el fervor y la emoción de sus primeros años. Era como un milagro. Durante el sermón no parecÃa viejo ni enfermo sino lleno de juventud y de entusiasmo. Y su entusiasmo era contagioso. Murió en plena actividad misionera, el Miércoles de Ceniza, 5 de abril del año 1419. Fueron tantos sus milagros y tan grande su fama, que el Papa lo declaró santo a los 36 años de haber muerto, en 1455. El santo regalaba a las señoras que peleaban mucho con su marido, un frasquito con agua bendita y les recomendaba: "Cuando su esposo empiece a insultarle, échese un poco de esta agua a la boca y no se la pase mientras el otro no deje de ofenderla". Y esta famosa "agua de Fray Vicente" producÃa efectos maravillosos porque como la mujer no le podÃa contestar al marido, no habÃa peleas. Ojalá que en muchos de nuestros hogares se volviera a esta bella costumbre de callar mientras el otro ofende. Porque lo que produce la pelea no es la palabra ofensiva que se oye, si no la palabra ofensiva que se responde.