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19 de marzo de 2023
IV Domingo de Cuaresma
Ciclo A
El evangelio de este domingo, notablemente más largo que de costumbre, es mis queridos hermanos, una verdadera catequesis bautismal, tan completa y cuidada por el por el evangelista san Juan, que sólo bastaría la contemplación para obtener, por medio de la escucha y la devoción, todo el provecho con que nos bendice el Señor.
Y aunque el texto el texto sagrado del evangelio es muy rico en su mensaje, vale la pena atender al mensaje de la primera lectura, tomada del primer libro de Samuel, donde se nos narra la elección de David que ocuparía el puesto de rey del Israel, ya que Dios ha desconocido a Saúl como tal por su desobediencia. Este pasaje arroja una luz especial que ayuda a comprender la narración evangélica de este domingo, donde tenemos un tema en común: el ‘ver’ de Dios y el ‘ver’ del hombre Samuel.
Hermanos: la curación del ciego de nacimiento es un signo con un contenido teológico muy rico por su relación con la Pascua, el Bautismo y el anuncio del evangelio que nos trae Jesús. Jesús realiza este signo de una manera diferente de otros signos realizados por él: Jesús va de camino y es Él quien ve al ciego y éste ni siquiera se da cuenta de su paso, por eso, ni siquiera es quien, como en otros casos, pide la curación. Tal vez la ceguera de nacimiento de este hombre pueda ser para nosotros una sugerencia para entender la imposibilidad del hombre para ‘ver’ como Dios ve. Esto se puede percibir, ciertamente, en la resistencia de los judíos, que se oponen radicalmente a ver en Jesús a alguien diferente que cuestiona su fe y su vida de miembros del Pueblo de Dios. Es probable que no podamos hoy nosotros descontarlos porque no vean en Él al Hijo de Dios, como lo vemos los cristianos con una fe cultivada después de veinte siglos de cristianismo.
La capacidad de ‘ver’, es decir, de creer, es un Don de Dios, y como Gracia, es gratuito y don de su benevolencia y misericordia. Este Don, mis hermanos, se identifica con la fe. Es la fe que Dios nos concede −y recibe quien está abierto a recibirla− y antes de que la pidamos, pues, como el ciego de nacimiento, no podemos sentir necesidad de algo que desconocemos. Pero una vez que la acogemos en la gratitud, damos lugar a un proceso que avanza misterioso como el del ciego de nacimiento.
Cuando no aceptamos este Don, mis hermanos, sucede lo que a los judíos incrédulos les sucede y, como ellos, nos hacemos culpablemente más ciegos. Originalmente, por nuestra condición de pecadores, todos estamos en la misma condición de incredulidad, pero una vez que Cristo haciéndose presente en nuestra vida, nos da la luz de su Espíritu, inicia su obra en nosotros y, mientras más respondemos, somos más dignos de recibirla de tal manera que nos hace ser luz para los demás.
Por el contrario, cuando nos cerramos a esa moción inicial de Dios cuando nos ‘ve’ nos perdemos la consecuencia de sus miradas. Y es, entonces, mis hermanos, cuando la ceguera original y natural en nosotros se hace culpable. Porque, como dice Jesús de los judíos, desde la soberbia, damos por hecho que ‘sabemos y vemos’. Para que no nos pase eso –y nos puede pasar, aunque nos tengamos por creyentes− abramos el corazón y la mente, dispongamos la voluntad para dejarnos iluminar por Cristo. Renunciemos a la pretensión de saberlo todo y, más bien, dejémonos enseñar por esta Palabra que hoy nos ilumina y nos da el verdadero conocimiento: el de la fe.
A pesar de haber nacido en un ambiente cristiano, es probable que algunos de nosotros no salgamos todavía de las tinieblas de la ignorancia acerca del Dios verdadero, porque nos habremos hecho de Él una imagen falsa o distorsionada y muy a la medida de nuestra propia visión miope y enferma. Si el Señor nos sale al paso para encontrarnos, acudamos a la cita, y digámosle −como el ciego curado−: ¡Creo, Señor! Y adorémoslo.
No olvidemos que, en Cristo, no tenemos un concepto abstracto de Dios, sino la experiencia de un Dios personal con quien, cuando experimentamos su mirada amorosa de Padre, tenemos encuentros misteriosos y reales por los que – en su bondad misericordiosa− nos hace hijos en su Hijo. Estos encuentros con Él los tenemos, queridos hermanos, de una manera privilegiada, a través de la Celebración Eucarística y de la práctica diaria de la Caridad. AMÉN.
Pbro. Jose Luis Herrera
(Párroco Emérito)
Cada año la Iglesia celebra la Solemnidad de la Anunciación. Un día como hoy la historia de la humanidad cambió cuando María dio su "Sí" valiente a Dios, concibiendo desde aquel momento a Jesús y convirtiéndose en protectora del Niño que un día nacería y salvaría con amor al mundo.
"'El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible'. María contestó: 'Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra'. Y la dejó el ángel" (Lc. 1, 35 - 38).
La Solemnidad de la Anunciación se celebra nueve meses antes de la Navidad. Si se analiza la historia, María "no la tuvo fácil". Ella estaba comprometida con José y ciertamente esta decisión de concebir al Hijo de Dios trajo inestabilidad.
Tanto así que el justo José decidió repudiarla en secreto... Seguir leyendo
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