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26 de marzo de 2023
V Domingo de cuaresma
Ciclo A
En estos momentos de reflexión sobre el mensaje de este Domingo, quiero, mis queridos hermanos, hacer con ustedes una breve reflexión. Recordemos, para empezar, que la acción salvadora de Cristo abarca toda su vida: Hay una continuidad entre su Encarnación, su vida, sus acciones salvíficas, sus enseñanzas hasta la culminación de su obra con su Pasión, Muerte y Resurrección. De tal manera que podemos decir que siempre es Navidad o siempre Pascua o Cuaresma.
En todos esos momentos de su vida, que inicia cuando se hace hombre en el vientre santísimo de la Virgen María (fiesta de la Anunciación, marzo 25), hasta su Resurrección, contemplamos la más perfecta armonía y total coherencia, como una actitud suya de obediencia su Padre, de tal modo que nos lleva a agradecerle su entrega y generosidad por nosotros; primero como expresión perfecta del Amor entre Él y su Padre, pero también como signo inconmensurable e inconfundible por todos sus hermanos, los seres humanos.
En primer lugar, lo señalo, porque estamos acostumbrados a ver la obediencia a la manera humana, donde hay quien manda y quien obedece. No es así en Dios, me parece. Sino que entre el Padre y su Hijo hay una igualdad tal que ambos están siempre de acuerdo y toman las decisiones en unidad íntima de Amor recíproco. Existe entre ellos plena armonía y comunión, que todo es resultado del proyecto y la decisión divinas. Expresémoslo en pocas palabras: Dios (Padre, Hijo, Espíritu Santo) es el autor todo. Esa es nuestra fe fundamental y más elemental. En segundo lugar, señalo la otra verdad de fe (sin fe no tendrían sentido estas celebraciones): es que Dios (aquí casi siempre nos referimos al Padre), desde su infinito Amor, nos ama a todos de una manera única e inefable. Más aún irrevocable, porque de ser otra cosa dejaría de ser fiel consigo mismo y con nosotros.
Así que, podemos hoy entender un poco más, para admirar, agradecer, pero sobre todo para corresponder a su Amor. Si el Hijo es obediente, es para que nosotros seamos obedientes por el amor y, entremos así, a este torrente de amor en el que somos salvados. No olvidemos que fuimos creados a imagen y semejanza divinas. Por eso podemos estar seguros de que nacimos del Amor y no podemos otra cosa que volver a nuestro origen: la salvación no es otra cosa que vivir eternamente en el Amor de Dios, gracias a Jesucristo.
Pero Jesús nos dejó el mandamiento nuevo en la Última Cena: que nos amemos unos a otros como él (sólo Él) nos amó y nos ama. Cumplirlo es decisivo para la salvación que esperamos. Dios hace lo suyo, nosotros, por nuestra parte, hemos de hacer lo que nos toca. “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti” decía San Agustín (s.IV).
Por tanto, sintonicemos con el tono festivo de este domingo: hagamos eco a la reacción de los judíos piadosos; como los niños hebreos, junto con sus padres piadosos, felicitémonos de tener tan gran Redentor; felicitémoslo a Él por su entrega tan generosa hasta dar la vida a favor nuestro; agradezcámoselo, pero sobre todo, comprometámonos a seguirlo, día a día, en la obediencia por el amor a Él con el amor a nuestro prójimo. Hoy, más que nunca se nos hace más urgente esto a todos los creyentes, especialmente a nosotros, discípulos de Cristo.
Pbro. José Luis Herrera Martínez
Párroco emérit
EL sobrenombre de Clímaco viene del célebre tratado de ascética escrito por Juan y que le había encomendado el abad del monasterio de Raithu, La Escalera del Paraíso (del griego clímax, que quiere decir escalera). Su biógrafo, el monje Daniel del monasterio de Raithu, al suroeste del Sinaí, escribe que Juan nació en Palestina y a la edad de seis años abandonó el pueblo natal para retirarse a un monasterio del Sinaí. Allí recibió la tonsura monacal a los cuatro años de su ingreso y vivió 19 años en comunidad bajo la guía de un santo anciano, llamado Martirio.
Cuando murió el maestro, Juan se retiró a una celda solitaria sobre el monte Sinaí, a pocas leguas del monasterio, a donde bajaba los sábados y los domingos para participar en las ceremonias litúrgicas con los demás hermanos. En la celda no había sino una gran cruz de madera, una mesa y un banco que servía de silla y de cama. Su única riqueza eran los libros de la Sagrada Escritura y las obras de los Padres de la Iglesia, entre ellos la Regula Pastoralis de San Gregorio Magno, traducida al griego por un patriarca de Antioquía hacia el año 600.
La alusión a esta ... Seguir leyendo
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